Chile es un país con una larga trayectoria de anticlericalismo y la cultura política de izquierda más fuerte del continente.
Gentileza, de Arturo Valenzuela.
La separación de la Iglesia y el Estado se logra en la Constitución de 1925, y la política, en la primera mitad del Siglo XX, la domina un partido laico, el Radical. Los comunistas eligieron parlamentarios antes de la Revolución Rusa, logrando una votación extraordinaria en 1947, mientras que la Unidad Popular logra casi un 50% de las preferencias en el gobierno de Salvador Allende. La iglesia Católica ha sido desafiada no sólo por una izquierda anticlerical, sino que también por un movimiento evangélico importante que en el pasado se identificó con los Radicales, e incluso con la izquierda en las zonas del carbón, donde logró su mayor auge.
Además, Chile tiene una de las tasas más altas de separación matrimonial en América Latina, a pesar de su "ilegalidad". Los casos de Bachelet y Lagos son más bien emblemáticos. ¿Cómo se explica entonces que Chile haya sido uno de los últimos países en el mundo en legalizar el divorcio? La respuesta es muy sencilla y tiene que ver con el hecho de que la Iglesia Católica en Chile, a diferencia de la Argentina, por ejemplo, jugó un papel fundamental en la defensa de los derechos humanos durante la dictadura. Primero el Comité Pro Paz, que incluía a iglesias protestantes logró salvarle la vida a muchos chilenos facilitando su salida al exilio. Cuando el gobierno cerró el Comité, el Arzobispado de Santiago constituyó la Vicaría de la Solidaridad, organismo que luchó contra la represión documentando los abusos de las autoridades.
Con la derrota de Augusto Pinochet en el plebiscito de 1988 y el triunfo de la Concertación de centro-izquierda el año siguiente, la Iglesia le pasó la cuenta a los opositores del régimen militar, oponiéndose a la legalización del divorcio, educación sexual en las escuelas y otras medidas afines. El vínculo histórico de la Democracia Cristiana, miembro de la Concertación, con la Iglesia, complicó aún más una política progresista en temas culturales. Es una ironía histórica que la cuenta la pasa no tanto la Iglesia progresista que apoyó la defensa de los derechos de las personas, sino una jerarquía eclesiástica más conservadora ligada ahora más bien a los partidos que apoyaron a Pinochet, que a la Democracia Cristiana.
Por último, la Concertación tuvo que enfrentar la realidad de que no tenía mayoría en el Senado, un legado de la Constitución del régimen militar.
En otras palabras, Bachelet se aproxima en su biografía personal a la de la mayoría de los chilenos que vivieron el régimen militar. Para muchos otros, los que no habían nacido cuando regresó la democracia, representa una posibilidad de recambio en un país que culturalmente se ha insertado más y más en la cultura de la globalización que privilegia más las libertades personales que la ortodoxia del pasado.
Sin duda, el gobierno de una mujer presidente, que ha prometido caras nuevas en el liderazgo del país con una fuerte representación femenina, marca un giro cultural importante para la clase política Chilena, tanto de izquierda como de derecha, y el reconocimiento tardío que las desigualdades de género no tienen cabida en el mundo contemporáneo.