Santiago.- Que haya sido Cruz-Coke la opción elegida por el electo Presidente de Chile Sebastián Piñera fue la decisión menos sorpresiva y, de alguna manera, lógica. No solo por su activa participación en la campaña, sino que además porque su figuración pública viene a repetir el fenómeno de la actual ministra Paulina Urrutia, que constantemente aparecía entre los ministros mejores evaluados por la ciudadanía en el gobierno de Michelle Bachelet. Un actor conocido, de alguna manera, es capital político, aunque sea de manera indirecta. Por cierto, Cruz-Coke con el teatro “Lastarria 90” ha conocido (o ha sufrido, si se quiere ser más crítico) el engranaje de los fondos públicos (como beneficiario) pero también de las donaciones privadas (BHP Billiton, dueños de Minera Escondida, son el principal sostenedor de la sala). Sin embargo, Cruz-Coke no es Paulina Urrutia, quien llegó a su cargo luego de ser un activa participante de la construcción de la actual institucionalidad cultural (Ministerio de Cultura, en general) como cabeza del sindicato de actores (Sidarte), junto con su principal articulador y primer Ministro de Cultura, José Weinstein.
La pregunta principal acá es:¿No hubiese estado más cómodo pasando una temporada como Agregado Cultural en París, sin tener que lidiar con los potenciales conflictos internos que se le vienen encima con un sector que es primordialmente de izquierda y que, además, se ha quedado demasiado tiempo en silencio aguantando los problemas burocráticos y de gestión de ese ministerio? Si llegó un momento de alegar sobre los fondos (y hay mucho que alegar) será ahora. No por nada, entrevistado por radio Cooperativa hace unas semanas, Cruz-Coke dijo sentirse “más asustado con la responsabilidad que se viene en el Ministerio” que con “ganas de celebrar”.